13 September 2006

¿Revolución democrática?

Por Marcelo Varnoux Garay*
Esta es una revolución democrática y cultural, afirman el Presidente de la República y los dirigentes más connotados del Movimiento Al Socialismo (MAS). Ello aunque conceptualmente revolución y democracia son procesos contrapuestos, porque la primera supone la destrucción del orden establecido y la insurgencia de uno nuevo, mientras que la segunda alude a la posibilidad de que una colectividad, en el marco de la libertad y la ley, resuelva sus problemas y, eventualmente, emprenda reformas graduales para mejorar el desempeño general del Estado incrementando la calidad de vida de los
ciudadanos.


Por lo tanto, cabe preguntarse si lo del MAS es una revolución o un proceso democrático, ya que es difícil que pueda ser ambas cosas a la vez. En este sentido y por todas las señales que hasta ahora ha dado el oficialismo, se coloca más cerca de una especie de proceso revolucionario que intenta modificar sustancialmente las pautas de convivencia democrática de Bolivia. Sin embargo, no todo lo revolucionario es bueno, puede incluso portar el germen del autoritarismo y ser definitivamente reaccionario. En suma, un proceso de esta naturaleza fácilmente puede alcanzar connotaciones fascistas, ya sea desde el campo de la derecha o de la izquierda.

Las actitudes altamente agresivas del oficialismo, ya no sólo contra la oposición política, sino contra las regiones, los prefectos que no responden a la línea gubernamental, los comités cívicos de la “media luna”, etc., muestran el propósito, consciente o inconsciente, de generar un clima de tensión y preparar las condiciones para un enfrentamiento social con la certeza de que el esquema propuesto tiene todas las de ganar, pues goza del respaldo de la mayoría, expresado en las urnas.

Este ánimo se observa bastante bien en la Asamblea Constituyente. A pesar de que se acordaron unos términos relativamente concretos en la ley de convocatoria, el oficialismo se ha empecinado en trastocarlos, pues no desea debatir nada y menos consensuar con la oposición el nuevo texto constitucional. El razonamiento es simple: si tenemos la mayoría, nada puede impedirnos hacer prevalecer, por las buenas o las malas, nuestro particular punto de vista.
Ahora bien, cualquier revolución, para cristalizarse, requiere de “condiciones objetivas”. En primer lugar, el control de una fuerza armada capaz de imponer los nuevos parámetros de organización social y, en segundo término, el apoyo inequívoco de la mayoría de la población, no sólo al proyecto, sino a la forma en que se aplica, es decir, por la fuerza. Es poco probable que el MAS reciba el apoyo incondicional de los militares y policías para inaugurar la aventura hacia el “socialismo” o cualquier otro disparate. Y, salvo sectores reducidos, existe en Bolivia un apoyo social muy importante a la democracia.

Entonces ¿cómo pretende el MAS realizar el sueño del socialismo o el comunitarismo indígena? Ésta es, lamentablemente, una pregunta sin respuesta, ya que en las permanentes declaraciones de los jerarcas del partido de Gobierno respecto de este tema no existe una idea concreta con relación al camino que debería recorrer el país para alcanzar dichos objetivos. En resumidas cuentas, quieren hacer estallar el sistema, pero no están seguros para qué.
Al final, lo único cierto es que se están alentando las condiciones para una confrontación regional, étnica y social de imprevisibles consecuencias para Bolivia. En este sentido, el Gobierno del MAS es cada vez menos el Gobierno de todos los bolivianos; en los hechos es un mal gobierno que está jugando a los dados el destino del país.



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